Un equipo de investigación en Asia anunció en 2025 resultados prometedores: variedades vegetales
modificadas mediante edición genética que muestran mayor captura de dióxido de carbono
(CO₂) por su estructura fotosintética y sistemas radiculares más profundos, y también incrementos
productivos en semillas. Los primeros comunicados señalan aumentos en la captura de CO₂ de
hasta un 50 % y mejoras en rendimiento, abriendo la posibilidad de cultivos que produzcan alimento
y mitiguen emisiones a la vez.
Los trabajos combinan herramientas de CRISPR y biología del desarrollo vegetal para optimizar la
fotosíntesis y la arquitectura de raíces, permitiendo que más carbono pase del aire al suelo y
quede almacenado en biomasa. Investigaciones relacionadas publicadas en revistas científicas
han modelado escenarios donde cultivos con raíces más profundas podrían remover entre 0,9 y
1,2 gigatoneladas de CO₂ por año para 2040 si se desplegaran a escala global en cultivos clave.
El potencial climático es, por tanto, significativo.
Pero la novedad trae preguntas densas. Desde el punto de vista científico, editar plantas para
secuestrar carbono significa intervenir en procesos complejos: la fotosíntesis, asignación de carbono
y relación planta-microbioma. Los efectos a largo plazo (en ciclos de nutrientes, interacción con
plagas, y dinámica de suelos) requieren ensayos agronómicos multianuales y evaluaciones de
riesgo ecológico.
El debate social y ético es aún más intenso. Para comunidades que valoran la agricultura ancestral
y la conservación de variedades, la diseminación de cultivos transgénicos plantea riesgos de
contaminación genética y dependencia de empresas que controlan las semillas. Grupos ambientalistas
advierten que la biotecnología no debe sustituir la protección de ecosistemas y la regeneración
del suelo por prácticas agroecológicas.
En el plano regulatorio, varios países han dado pasos opuestos durante 2025: mientras algunos
abren espacios para ensayos y autorizaciones estrictas de variedades editadas, otros (como
México y regiones de Colombia) han tomado medidas para limitar o prohibir cultivos transgénicos
en función de protección de maíces nativos y soberanía alimentaria. El contraste ilustra lo difícil
que es armonizar innovación científica y pluralidad cultural.
¿Es posible una vía intermedia?
Algunos científicos proponen modelos de gobernanza donde la investigación de alto potencial
climático avance bajo marcos participativos: ensayos controlados en territorios acordados, evaluación
conjunta con comunidades locales y mecanismos de beneficio compartido. Otros abogan por
priorizar prácticas que aumenten la captura de carbono sin modificar genéticamente las plantas:
agroforestería, aumento de la materia orgánica y manejo holístico del pastoreo.
Desde la política pública, el reto es construir criterios de evaluación que integren rendimiento,
secuestro de carbono, riesgo de escape genético y efectos sobre biodiversidad. En el espejo de la
historia, el punto clave es no repetir errores: la adopción de cualquier biotecnología debe considerar
justicia agraria, transparencia y control social.
En síntesis, las plantas transgénicas para captura de carbono ofrecen una herramienta poderosa
que podría complementar estrategias climáticas. Pero su implementación requiere cautela, diálogo
y normas claras: la biotecnología puede ser una palanca, no un atajo que ignore derechos y saberes.
Fuentes:
- La biotecnología agrícola da un paso histórico: desarrollan plantas que capturan más carbono y
producen más alimentos (ChileBIO) - Por una agricultura más sostenible: Cientícos desarrollan plantas que capturan más CO2 y mitigan
el cambio climático. (El Desconcierto) - Cultivos transgénicos con raíces mejoradas podrían capturar siete veces más CO2 que el
mercado actual. (La Tribuna) - México prohíbe el cultivo de maíz transgénico. (El País)
- Modicación genética de plantas para mayor absorción de CO2: ¿acierto o desvío? (Pulsonbyantom)


